
First Man es la última película del director Damien Chazelle, protagonizada por actores de la talla de Ryan Goslin, Jason Clarke o Claire Foy. Del artesano que emocionase con cintas como Whiplash o, un poco menos, La La Land, llega ahora la historia de Neil Armstrong. En ella descubrimos de manera soberbia, sin prisas pero sin pausa, no sólo a Armstrong astronauta sino al astronauta-persona, así como al astronauta-padre. El hombre que pisó la luna por primera vez en carne y hueso, más allá del mito.
En esta emocionante película confirmamos la capacidad que tiene este director para rodar a manos llenas y para seleccionar un reparto que sabe emocionar y que toca la fibra sensible del espectador cuando ello es necesario. Cualquiera en la historia de películas relacionadas con el espacio se hubiera conformado con hacer una semblanza del protagonista como miembro de una familia normal americana de clase media. Muy lejos de esa posibilidad, Chazelle muestra a un Armstrong humano con sus traumas y con sus problemas. Es ahí donde el film gana enteros. Problemas familiares, dudas de amigos y vecinos y la certeza de estar embarcado en una misión en la que para nada está asegurada la supervivencia.
Otro de los puntos clave de esta película es el reparto. Ryan Goslin sencillamente está espectacular encarnando a Armstrong, sacando la vis más intimista de un héroe americano. Goslin ha sido capaz de encarnar un papel muy alejado de sus roles precedentes y es ahí donde gana enteros como actor.
Sin ganas de arruinarles a ustedes la película, cosa que ahora se llama spoiler, diré que hay evidentes homenajes visuales a la Kubrickiana Odisea 2001, sembrando el vals cuando el cosmos juega entre sí. Un aspecto fundamental es también el sonido. El realizador juega con la banda sonora –que no molesta- y con los silencios incómodos. Hacía tiempo que no disfrutábamos de tanta tensión en una sala de cine. Cuando sientes que a tus lados el espectador contiene el aire y el aliento.
En una película tan rica en matices es también de destacar la cantidad de planos que hablan por sí solos. Miradas que lo dicen todo, señales que aportan una química especial a la pantalla, especialmente en lo relativo a un matrimonio unido pero con sus lógicas tiranteces. ¿Cómo le dice un padre a sus hijos que una vez que se vaya al trabajo puede ser la última en que se vean? Todo ello es transmitido en la película, que tiene un desarrollo lento a la par de delicioso.
Evidentemente, otra visión abordada por First Man es la carrera espacial. De todos es sabido el trauma social que suponía la batalla fría entre Norteamérica y la U.R.S.S. para conquistar ese inexplorado espacio. La película deja latente esa beligerancia con pinceladas no muy cargantes, cuestión que opera en el beneficio de la misma. No era cuestión de que una situación tantas veces contada se llevara tanto metraje que eliminase el grueso posterior. Pero era importante sentir la situación en la que se encontraban los astronautas.
En First Man también hay politiqueo y presión interna social. Se siente también la fuerza del movimiento hippie y del ciudadano medio y la clase política, exigiendo a la vez la paralización de programas y resultados a corto plazo. Cada revés en la carrera espacial era, al mismo tiempo, el empujón que necesitaba nuestro héroe. Un paso más hacia la conquista del primer rincón espacial fuera del globo terráqueo. Las inevitables banderitas americanas finales tampoco son muy cargantes, cuestión ésta de agradecer.
Felicidades Damien Chazelle, porque este ha sido un pequeño paso para el hombre pero un salto de gigante a la hora de confirmar una nueva candidatura a los Oscars (que ya consiguió en primera persona con La La Land).
Foto: Promocional